viernes, 27 de marzo de 2009

El reencuentro con Iron Maiden de Fondo

Ayer fui al concierto de Iron Maiden o la Dama de Hierro como también se le conoce, diré que fue un conciertazo, donde tanto el público como la banda se dieron por completo, y dicho sea de paso yo estuve muy emocionada, y eso que no soy “metal”.

Pero no es de ese tema del que hablaré en este post, que lo dedicaré a la amistad y a lo bien que se siente uno cuando es querida. Ayer, en el concierto, me reencontré con muchas personas, amigos de la Escuela donde tuve la buena suerte de estudiar, no solo porque sea buena sino porque es un lugar conocí y conozco gente muy chévere. Amigos que pese a los años trascurridos siempre te recuerdas, te abrazan, te cuidan y te quieren, y en los que se puede confiar.

Incluso, recordamos, entre telonero y telonero, anécdotas de cuando éramos estudiantes recién llegados a la escuela y participábamos en marchas estudiantiles, cual rebeldes, contra el gobierno de Fujimori. Qué tiempos aquellos, cuando nos cuidábamos las espaldas y nos protegíamos de las bombas lacrimógenas entre nosotros.

También me hicieron acordar de algo que la verdad no tenía en mi cabeza, uno de los amigos me dijo “nunca me voy olvidar cuando estábamos en una marcha y tropecé, y tú, no sé con que fuerza me cogiste del polo y evitaste que mi cara diera contra el pavimento”, guau solo pude decir al respecto.

Yo, por mi parte, conté aquella historia que nunca olvidaré de mis amigos cuando un día, en aquellas noches de parranda estudiantil en el centro de Lima, un faltazo (que nunca falta) me quito la lata de cerveza que tenía en la mano, y todos los chicos que me acompañaban esa noche al ver ese acto, saltaron cual ninjas a defenderme. Fue realmente muy lindo ese gesto, salvo por el pobre chico que se llevó el susto de su vida.

Estas y otras historias vividas me hacen querer decir a mis amigos, muchas gracias por las aventuras y por la que estoy segura viviremos juntos todavía.

lunes, 2 de marzo de 2009

Un sábado en la mañana



¡Dios mío que indolente que es la gente!, indicaba en voz alta mientras el taxista que me llevaba a mi destino, seguro un poco sorprendido y un poco asustado, me miraba por el espejo retrovisor, pendiente de que no lo apuñalara por detrás o que no lo vaya estrangular. Seguro, en algún momento, pensó “que le pasa, se volvió loca”.

Pero no, no estaba loca, aunque quizás un poco pero de indignación al ver a la gente pasar al lado de un pobre ciego, que les pedía que lo ayuden a cruzar. Ninguna, léanme bien, “ninguna” de esas seis o siete personas que pasaron por su lado, lo escucharon o para ser más prácticos, fingieron no escucharlo. “Total no es mi familiar, no le debo nada, por qué ayudarlo” se habrán repetido uno a uno.

En ese momento, juro que pensé en bajarme del taxi, total igual me iba a esperar mi amiga, pero yo también fui indolente y no lo hice. Solo lo pensé, y pensando no se hace nada, y hay veces que es necesario actuar.